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Mostrando las entradas de diciembre, 2008

El juego del sabor

E n la mesa hay un cubilete, un mazo de cartas, un pomo de macerado de damasco y una copa servida. Sólo eso por el momento. Sólo eso mientras don Jacinto y su esposa y su hijo y uno que otro ayudante improvisado –y es que el hambre aprieta, señoras y señores- pelan, pican, combinan y sazonan un poquito de esto y una pizca de aquello. Eso ocurre en la cocina. No en la mesa larga con su sencillo mantelito de plástico, donde la espera se adereza alzando copas, tirando dados, barajando cartas. Se juega y se brinda o se brinda sin jugar bajo la tibia sombra de una estera, mientras don Jacinto -agricultor, criador de camarones, mozo y cocinero- se pasea con el cuaderno escolar donde apunta los pedidos de sus clientes. La carta no es muy amplia. Pocos platos. Mucho camarón, casi sólo camarón. La especialidad indiscutible de esa casa convertida en restaurante en Tumilaca (Mariscal Nieto, Moquegua), pero únicamente los fines de semana y los días feriados; entonces, se coloca un par de mesas en

Mazamorra y cordero

La gastronomía no es el fuerte de Explorando . Aquí se ha escrito muy poco sobre los sabores y aromas, la sazón y el buen gusto de la cocina peruana. Y no es que seamos anoréxicos o amantes de la frugalidad; por el contrario, nos encantan los platos bien servidos y somos partidarios fervorosos de la repetición, de la necesidad acuciante e imperiosa de sacar el concolón de la olla, y, claro, como no, del calentadito suculento a la hora del desayuno. Pero una cosa es comer con deleite o, en algunos casos, con voracidad; y otra, escribir sobre comida. Lo primero me encanta, lo segundo no me apetece demasiado. Admito con absoluta sinceridad, que prefiero "darle curso" a una buena entrada, que redactar una entrada (o post), sobre las sabrosuras que se preparan en todas las regiones del país , como la mazamorra de lacayote y el cordero a la piedra con su papita sancochada, que compartimos con los pobladores de Otora en el distrito de Torata (provincia de Mariscal Nieto, Moquegua).

Clic de la semana

Verdor tras la penumbra. Luz que rasga el manto de la oscuridad, en la mañana aventurera en la que el inquieto objetivo de Explorando , se internó en la oquedad de la cuevas de las Lechuzas, en el parque nacional Tingo María (Leoncio Prado, Huánuco). Ya en el interior de este pequeño reino de estalactitas y estalagmitas, el acceso a la gruta se vislumbra como una extraña frontera entre la luminosa vivicidad del sol tingales y las sombras perpetuas que amparan a los murciélagos y a los guácharos (ave nocturna). Misteriosa, monumental y profunda. A medida que uno avanza por la rugosa superficie de esta caverna de piedra caliza, se extingue cualquier vestigio de claridad. Todo se vuelve tenebroso, lóbrego, asfixiante. De nada sirven las linternas y se tornan inútiles los esfuerzos por seguir explorando. Debes volver al sol, al bosque, al camino que une Tingo María con el valle del Monzón. L a cueva va quedando atrás, con sus guácharos, murciélagos y esa misteriosa profundidad que, hasta a